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Nadie niega que el papa Francisco trajo a la Iglesia tradicional un viento de renovación que mal digirió el aparato conservador del Vaticano. Sobretodo en su intento de un diálogo abierto con los diferentes y con una apertura en relación con los católicos para abrir las puertas de la Iglesia a las mujeres, algo que fue fundamental en el cristianismo primitivo y acabó siendo acaparado por los varones hasta excluir a la mujer del altar.Quizás porque era visto como un Papa renovador incluso en el delicado tema de las relaciones de la Iglesia con los temas actuales y polémicos de la cuestión del género, han chocado sus últimas afirmaciones, de tinte político, al entrar en la polémica de las elecciones americanas colocando a la par a dos candidatos tan diferentes como Trump y Kamala acusando a ambos de homicidio por los temas del aborto y la imigración.La intervención del papa colocando al mismo rasante de responsabilidad en el respeto a las elecciones de dos políticos de cuyo resultado en las urnas podría depender hasta la paz mundial, es más grave si cabe, si recordamos que el Papa no es sólo la cabeza de la Iglesia Católica, su máxima autoridad religiosa, sino también Jefe de Estado del Vaticano. Sí, del Estado minúsculo que cuenta hoy con una población de menos de mil habitantes, pero que hace del papa un verdadero Jefe de Estado, con embajadas en todo el mundo creyente y en el que hasta no hace mucho vigía la pena de muerte. Fue abolida sólo ya en tiempos modernos, por el papa Pablo VI.Sabemos por la historia del papado las connivencias que siempre existieron desde el inicio del catolicismo entre el trono y el altar. Hubo papas totalmente políticos y en su inmensa mayoría de la mano de derechistas y conservadores, coqueteando tantas veces con los dictadores.No podemos olvidar que el Vaticano tras haber perdido los Estados Pontificios, los recuperó como un regalo de Benito Mussolini, que otorgó a aquel pedazo de Roma, los poderes de un Estado laico, en cambio al apoyo del papa al fascismo naciente. Es cierto que en la edad moderna los papas fueron mudando y de ir casi siempre de la mano de los dictadores de turno, abrieron espacios de diálogo con los regímenes de izquierda. Fundamentalmente, sin embargo, los papas daban la impresión de sentirse más a gusto con los Jefes de Estado derechistas.Lo pude observar personalmente en mis 103 viajes alrededor del mundo que, como corresponsal de este diario, hice con los papas Pablo VI y Juan Pablo II. Era visible y a veces tema de conversación entre los periodistas que le acompañábamos en su avión, una cierta simpatía de los papas con los Jefes de Estado conservadores. Con ellos parecían encontrarse más a sus anchas.Como botón de muestra puedo recordar el polémico viaje del papa polaco, Karol Wojtyla a Chile en abril de 1987. Era el final de la dictadura de Augusto Pinochet. La intención del Vaticano era ayudar a una transición pacífica, pero no dejó de extrañar a los periodistas que lo acompañábamos la familiaridad que el Papa mostró con el dictador hasta jugueteando con los objetos de la mesa de trabajo del dictador. Y sobretodo cuando el Papa Wojtyla apareció en la ventana del palacio presidencial para dar la bendición a la gente con al lado el dictador que también él hacía gestos de alegría las espaldas del papa.Todo ello para recordar que no era de extrañar que con la llegada del papa argentino, Francisco, al papado, con sus aires nuevos de renovación, que los ultraconservadores nunca le han perdonado y esperan sólo que el buen Dios se lo lleve con él, el mundo católico más abierto lo viera como a un nuevo profeta llegado para limpiar los meandros de conservadurismo acumulados en siglos en el minúsculo pero poderoso Estado del Vaticano.Quizás por ello ha extrañado el resbalón político de Francisco al caer en la tentación de opinar en las delicadas e importantes elecciones presidenciales americanas con toda la carga política y hasta religiosa que arrastran. Y es que estamos en un momento en el que el mundo está en dolores de parto, a las puertas de nuevos cambios de logaritmos existenciales, quizás el mayor desde el salto al homo Sapiens, cuyo final no ha habido aún ningún profeta capaz de anticipar.

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