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Masako Wada tiene 81 años. Nació en 1943. Era un bebé de un año y diez meses en el momento del bombardeo sobre Nagasaki a las 11.02 del 9 de agosto de 1945. Se define, con humor, como “la más joven del departamento de juventud” de Nihon Hidankyo, la institución galardonada en octubre con el Premio Nobel de la Paz del año 2024 “por sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y por demostrar mediante el testimonio de testigos que las armas nucleares no deben volver a utilizarse nunca”, según el Comité del Nobel. Fundada en 1956, Nihon Hidankyo es la única organización nacional japonesa de los llamados hibakusha, los supervivientes de la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki. Igual que Wada, todos sus miembros son víctimas del arma más destructiva jamás empleada por humanos contra humanos. Persiguen la abolición de las bombas atómicas mediante la palabra, contando su experiencia. Wada ha tomado el relevo a medida que los supervivientes más ancianos han ido muriendo. Tiene una mirada viva y se hace entender por medio de intérprete. “El peligro de que se usen las armas atómicas está aumentando”, alerta en una entrevista realizada a finales de octubre en la pequeña oficina de la organización en Tokio, dos pisos estrechos llenos de cajas, libros y panfletos. Ella no recuerda nada del bombardeo. Suele contar la historia de su madre. Despliega un mapa de la ciudad para acompañar la narración:Pregunta. ¿Dónde se encontraban?Respuesta. Mi familia vivía a 2,9 km del epicentro. Mi madre estaba preparando el almuerzo. Yo jugaba fuera de la casa. Me llamó porque hacía mucho calor fuera; entré, y tras algún tiempo, se escuchó un gran estruendo, una explosión. No sabía qué había pasado. Cuando volvió en sí, se encontró con que todo, las puertas de cristal, las de madera, las puertas correderas de papel y las paredes de la casa habían volado por los aires. Los fragmentos se habían convertido en un montón de unos 30 centímetros. Salió fuera. Vio un polvo de color naranja; las montañas verdes se habían vuelto marrones por el calor de la explosión. El fuego se extendió inmediatamente, y mucha gente que sobrevivió a la muerte directa vino a nuestra zona rodeando la montaña. Mi madre vio filas de gente bajando. No tenían ropa o la llevaban hecha jirones. No podía distinguir si eran hombres o mujeres, tenían el pelo de punta, encrespado, parecían cuernos. Describía las hileras de gente como si fueran filas de hormigas parduscas, grisáceas.P. ¿Cómo reaccionó?R. Mi madre, que tenía 24 años, me tomó a cuestas mientras ayudaba a atender a las personas que llegaban. En aquellos tiempos, la gente guardaba trozos de tela vieja para usar como vendas tras esterilizarlas. Con esas gasas improvisadas, y el agua del pozo que había en el patio trasero de nuestra casa, ayudó a limpiar y vendar las heridas. La casa de nuestro vecino había sido demolida un tiempo antes —era una política oficial, para evitar la propagación de incendios—, y la parcela estaba vacía. Los cuerpos eran llevados allí con ayuda de un gran carro de madera, que normalmente se empleaba para recoger la basura. La gente recogía los cadáveres esparcidos por la calle para ponerlos en el carro y llevarlos allí. De las pilas sobresalían manos y piernas como si fueran muñecos. Todos los días venían más y más cuerpos para ser incinerados. Al ver tantos cadáveres, poco a poco, mi madre perdió el sentido de lo humano, el sentido de tristeza o de lástima por esas personas. Todos se volvieron insensibles. Solo pensaba: ‘bueno, hoy tenemos tantos cuerpos’; y al día siguiente: ‘hoy hay menos que ayer’. Ella siempre decía que los humanos no nacieron para ser tratados como basura de esa manera.P. ¿Cómo fueron los siguientes días?R. Cuando terminó la guerra, le pidieron que ayudara en un puesto de socorro instalado en una escuela cercana. En el auditorio había muchísima gente tendida en el suelo, quemados o heridos, gemían y lloraban. Ella debía seguir a los médicos con las botellas de líquido antiséptico, pero al ver a tantos heridos no pudo soportarlo, pidió que le quitaran los líquidos, para no dejarlos caer, y se desmayó. Eran productos muy preciados. Muchos hospitales habían sido destruidos. Murieron médicos, no había medicinas ni enfermeras. Por eso le pidieron que trabajara. Cuando volvió en sí se le asignó otra tarea. Por el calor y la carne podrida, había moscas por todas partes que ponían huevos en los cuerpos de los vivos, eclosionaban en la carne y las larvas se movían por ahí. Ella tenía que quitarlas con un cepillo, y barrerlas del suelo. Las larvas suelen ser muy pequeñas. Pero ella decía que eran del tamaño de un pulgar. Eran tan gordas porque tenían mucho alimento. Nunca había visto larvas tan enormes en su vida.Wada se detiene y muestra la foto de un artefacto cilíndrico. Cuando lanzaron la bomba, dice, también dejaron caer tres radiosondas como esta para medir la presión de la explosión y otros parámetros. “Estos aparatos recogían datos de los objetos del suelo”, dice. “Pero nunca recolectaron datos de cómo la gente vivía y moría bajo el hongo nuclear y cómo terminaban con lo precioso de la vida. Estas máquinas nunca pudieron sentir o recoger esa información para enviarla al ejército de EE UU”.P. ¿Cuál es su primer recuerdo asociado a la bomba?R. La gente del barrio eran todos hibakusha que experimentaron el bombardeo. Cada vez que se reunían, de forma natural, hablaban de esos días. Muchos tenían lesiones, cicatrices y queloides en el cuerpo. Para mí era algo cotidiano escucharles y observarles.P. ¿Qué significa el Nobel de la Paz para usted y para la organización?R. De acuerdo con la voluntad de Alfred Nobel, el Premio Nobel de la Paz debe otorgarse a personas u organizaciones que cumplan tres condiciones: fomentar la amistad entre naciones, contribuir a la reducción o el fin de la guerra o la reducción de las armas y trabajar para la promoción de la paz y el desarme mediante conferencias. Es exactamente lo que hemos estado haciendo. Otorgar a Nihon Hidankyo el Premio Nobel de la Paz ha sido muy oportuno, porque el peligro de que se utilicen armas nucleares está aumentando.P. ¿Por qué cree que crece ese peligro?R. Rusia e Israel tienen armas nucleares y el riesgo de que sean utilizadas está aumentando en Ucrania y en Oriente Próximo. Tenemos un presidente que sigue amenazando con utilizarlas. El tabú nuclear o la sensación de que las armas nucleares no deben utilizarse nunca se está reduciendo debido a la agudización de las crisis. La gente no sabe lo que podría pasar si se utiliza un arma nuclear. No saben lo que ocurrió cuando se usó. Hace ya más de 50 años que entró en vigor el Tratado de No Proliferación Nuclear, pero las promesas de ese tratado nunca se han cumplido realmente. Los países que oficialmente tienen armas nucleares, el P-5 [los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU], no son sinceros en la aplicación de sus promesas.P. ¿Qué ha significado para gente como usted esta organización?R. Cuando era joven no estaba muy al tanto de sus actividades. Fue al regresar a Japón tras vivir en Estados Unidos entre 1977 y 1982, cuando quise trabajar por la abolición de las armas nucleares. Ya habían pasado 40 años. Aun así, había muchos hibakusha con una memoria muy clara, que trabajaban para difundir sus testimonios. Les ayudé a publicar periódicos y folletos que recopilaban sus historias. Aprendí sobre sus experiencias. También entrevisté a mi madre y escribí lo que ella vivió. Intenté incluirlo en un libro, pero mi madre dijo que [su impacto] era insuficiente. Pensé que tal vez otros hibakusha veteranos pensarían igual. Pero después de tantos años, muchos han muerto. La edad media de los supervivientes es de 86 años. Así que poco a poco siento que tengo que contarlo.P. ¿Cree que la gente está olvidando lo que ocurrió?R. Sí. Pero gracias al anuncio del Comité del Nobel, Nihon Hidankyo es ahora más conocida en el mundo. Y tal vez eso resuene en la mente de la gente. Quizá recuerden que hay personas recogiendo firmas en muchos lugares y relacionen sus acciones con la abolición de las armas nucleares. Tal vez descubran lo que esas personas han estado haciendo y relacionen nuestras actividades con su propia vida, y con cómo afecta a sus vidas, esa es nuestra esperanza. El Comité evaluó nuestro trabajo, el intercambio de testimonios y de experiencias, como algo único. Es cierto: hacemos un llamamiento por la paz y la abolición de las armas nucleares, pero no a través de las armas, sino del diálogo y de nuestra palabra.

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