“Escurren las lágrimas de mi madre, a quien le pusieron ceniza en la boca para que olvidara su lengua. Mi madre, quien hoy vive con la mitad de su corazón…”. La voz nerviosa y entrecortada de Nadia López García (Santa María Yucuhiti, Oaxaca, 32 años) comienza poderosa su discurso de agradecimiento tras recibir el Premio Nacional de la Juventud, en 2018. A su lado, el entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto, asiente a ratos mientras las palabras de Nadia se encadenan rítmicas en la defensa de su lengua materna, el mixteco, y en la dignificación de las historias de vida de su madre y su abuela; de su origen indígena, campesino y migrante. Tenía 26 años, y hoy, después de una década de ser tallerista para que su lengua materna siga oyéndose y hablándose, y tras haber publicado una decena de libros —todos menos uno en mixteco y español— reflexiona: “Para mí la poesía sirve para muchas cosas, y una de ellas es para poder seguir haciendo audible mi idioma: el mixteco. Es una posición política, pero siendo muy sincera, en este país a mí me conviene más escribir en español”.El único libro que López García ha publicado solamente en español es el poemario Dorsal (FCE, 2022), una compilación sobre algunas de sus vivencias mientras crecía en el valle de San Quintín, en Baja California, donde sus papás trabajaban como jornaleros. Es el único que puede encontrarse casi en cualquier librería, por ejemplo, de Ciudad de México, y el que más se ha reeditado en el país.No es ninguna sorpresa para ella, como hablante de mixteco sabe lo que significa que su idioma sea casi desconocido: “Entiendo que tiene mucho que ver con que está en español. La gente se acerca más rápido a algo que encuentra en un idioma que habita, y aunque los otros tengan su versión en español, genera un filtro que hace que no se terminen de acercar. Yo a veces bromeo, y digo que lo que he vendido de Dorsal en dos años no lo he vendido en no sé cuántos años de todos mis otros libros”, dice.La historia de López García está cruzada por varias “categorías” como ella prefiere contar. En su primer año de vida se trasladó a San Quintín, y no volvió a su hogar, en Oaxaca, sino hasta los ocho años de edad. “Crecí entre campos de fresa, tomate y pepino… Soy mujer, soy indígena, soy migrante y soy joven. Quizá todas las características que dolorosamente presagian un futuro poco alentador”, decía en aquel 2018.Escuchó a su mamá hablar por primera vez mixteco cuando ya vivián lejos de su hogar, y le pareció hermoso y fascinante, pero la vergüenza y el silencio en el rostro de su madre la hizo indagar en su historia familiar y lo que encontró no fue nada grato: “Mi mamá llegó hasta el tercer o cuarto grado de primaria porque fue monolingüe en el mixteco hasta los 15 años. A pesar de que estudió en una primaria indígena en su pueblo y su maestro, supuestamente, hablaba mixteco, a ella le tocó toda esa brutalidad, que todavía sigue estando en muchos pueblos indígenas, aunque ya no tan visible. Le tocó esa violencia, no solo simbólica, sino física, incluso”.A seis años de que recibiera el premio de manos del Gobierno mexicano por una trayectoria que ya contaba con algunos talleres para niños, la autora, que dice sentirse más cómoda como tallerista que como escritora, es una de las programadoras de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO), que este año, en su edición número 44, está nuevamente en el corazón de la capital del Estado, el Zócalo de la ciudad.Ahí, en medio de las ruidosas calles, el clima rebelde y cálido, y de cientos de miles de personas que transitan diariamente el centro histórico, la poeta tiene un público fiel que le sigue a donde va. Le piden fotos, o que firme algunos de sus libros de versos. “Es de la casa”, dice uno de sus lectores mientras hace una pequeña fila para interceptarla al bajar del escenario. Reconoce que ella es un ejemplo único, que salir de su comunidad fue un gran reto, pero volver lo ha sido más. Volver para regresarle a todas esas personas que la motivaron a leer, y a descubrir libros, autoras y formas de vida, un poco de lo que ella ha aprendido gracias a ese empuje vital, y acepta que es una gran responsabilidad y un tanto peligroso ir por el mundo con el discurso del “echarle ganas”.Conserva la claridad de sus palabras y la rítmica poesía que ha trasladado también a una decena de libros publicados (entre los que están los poemarios Ñu´ú Vixo, Tierra Mojada, 2018; Tikuxi Kaa, El Tren, 2019; Isu Ichi, El camino del Venado, 2020, editados por la UNAM) y otras tantas antologías en las que ha participado. Además de ser programadora de la FILO, da talleres para varias instituciones públicas sobre narrativa; es capacitadora para participación infantil y juvenil en el programa de Alas y Raíces; trabaja con semilleros creativos para la Secretaría de Cultura y forma parte de un proyecto para lectura en escuelas normales.Al ser cuestionada sobre aquel discurso que conmovió a miles de personas en el país —y que reúne en su canal de Youtube más de 23.000 vistas— si hoy cambiaría algo, asegura que prescindiría del agradecimiento al presidente Peña Nieto: “Yo había entregado mi discurso una noche antes, y cuando llegamos a Los Pinos me dieron la versión final, y abajo aparecía un agradecimiento al presidente, algo que yo no había escrito. Lo vi y dudé en ese momento si lo leería o no. Fueron unos segundos. Y finalmente, sí lo dije en mi lectura. Si algo pudiera cambiar sería no haber dado ese agradecimiento”.
Nadia López García, escritora oaxaqueña: “Hablar mixteco es una posición política, pero en este país me conviene más escribir en español”
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